lunes, 26 de marzo de 2012

Fernando Pessoa, "Alberto Caeiro


Qué es el presente?
Es algo relativo al pasado y al futuro.
Es una cosa que existe en virtud de que existen otras cosas.
Yo quiero sólo la realidad, las cosas
sin presente.
No quiero incluir el tiempo en mi haber.
No quiero pensar en las cosas como presentes;
quiero pensar en ellas como cosas.
No quiero separarlas de sí mismas, tratándolas de presentes.

(Fernando Pessoa, "Alberto Caeiro")

Sándor Márai: “El último encuentro”


Llegaron a su país en otoño, casi un año después de aquel encuentro. La joven extranjera se cubría con chales y con mantas en el fondo del carruaje. Atravesaron las montañas, pasaron por Suiza, por el Tirol. En Viena los recibieron el emperador y la emperatriz. El emperador se mostró generoso, tal como se describe en los libros escolares. Le dijo: «¡Vaya usted con cuidado! En los bosques adonde él la lleva, también hay osos. El es uno de ellos.» El emperador sonreía. Todos sonreían. Se trataba de una atención especial: el emperador se permitía una broma con la esposa francesa del guardia imperial húngaro. La mujer respondió: «Intentaré domesticarlo con la música, Majestad, como hizo Orfeo con las  fieras.» Viajaron a través de prados y bosques que olían a fruta. Cuando cruzaron la frontera, desaparecieron las montañas y las ciudades, y la mujer rompió a llorar. «Chéri —dijo—, estoy mareada. Aquí todo parece infinito.» Se mareaba con lo que veía, con la simple vista de la llanura agonizante, cargada con el aire pesado del otoño que lo cubría todo, con aquella llanura vacía donde ya habían recolectado todo, con aquella llanura por donde avanzaban durante horas infinitas sin ver ni siquiera el camino, donde sólo se divisaban las bandadas de grullas en el cielo, donde los maizales ya se encontraban devastados, como después de una batalla, cuando incluso el paisaje cae herido tras el paso de las tropas. El guardia imperial no respondió, callaba en el fondo del carruaje, con los brazos cruzados. A veces subía a uno de los caballos y cabalgaba al lado del vehículo, durante horas. Miraba su patria como si la viera por primera vez. Miraba las casas blancas, con ventanas de persianas pintadas en verde, bajitas, con porche, las casas donde se alojaban por las noches, las casas de sus compatriotas, aquellas casas escondidas en el fondo de los jardines, con sus frescas habitaciones, donde todos los muebles le resultaban conocidos, incluso el olor de sus armarios. Miraba el paisaje, cuya soledad y tristeza le tocaban el corazón como nunca: miraba los pozos con cigüeñal a través de los ojos de su esposa, los páramos, los bosques de abedules, las nubes rosadas en el cielo crepuscular, encima de la llanura. La patria se abría delante de ellos, y el guardia imperial sintió, entre fuertes latidos de su corazón, que el paisaje que los recibía representaba también su destino. Su esposa permanecía sentada en el fondo del carruaje, en silencio.
  (Sándor Márai: “El último encuentro”)